martes, 15 de marzo de 2016

Fu...

Y aunque cambiamos de mes, en realidad nada cambió...como era de esperarse. Aunque recibí a marzo con cierto entusiasmo, los primeros días parecían una continuación de los meses anteriores: preocupaciones por aquí y por allá, tristeza acumulada, y mucho entrenamiento para alegrar mis tardes. Sobre eso, se vino la peor noticia de lo que va del año: Mi abuelita falleció.
Creo que la peor parte de eso fue que no la traté bien los últimos...bueno, los últimos años. Ella estaba muy viejita, demasiado llena de malas mañas, con demasiados rencores acumulados en sus largos 93 años de vida, y perdida en su propio mundo. Por mi parte, sólo puedo decir que soy demasiado impaciente, y dejé que eso aruinara mi trato con ella al final, incluso sabiendo que estaba mal y que no había nada que hacer en su caso. 
Ahora recuerdo cuánto la quise en mi infancia y adolescencia, con ese amor incondicional que da la inocencia y la ignoracia, y que los años y el conocimiento del mundo pueden arruinar. Sí, siempre fue una persona complicada, nada cercana al prototipo de santidad, pero fue una excelente abuelita, de esas que malcrían y consienten a sus nietas, con historias bizarras e ideas raras, lista para recibirlas y dar lo que fuera necesario por ellas. Me duele no haberla querido más, no ser capaz de medir mis palabras o mis modales, cuando ella dio tanto por mis hermanas y yo.
Esa es la peor parte del duelo, me parece, algo con lo que todos los humanos lidiamos en su momento: el remordimiento de no haber sido mejores con los que se fueron. Y aún así, no quiero recordarla como fue en sus últimos años, prefiero tener el recuerdo de su alegría y su cariño.