domingo, 26 de mayo de 2019

Pensamiento, palabra, obra y omisión

Llevo un buen tiempo sin escribir, y siento que cada vez esto se pone más trivial y ya es lo último. Hoy vengo aquí, probablemente el lugar más inseguro del mundo para ventilar mis mal llevadas emociones, pero con todo el que menos chance tiene de ser encontrado por las personas a las podría o no aludir en este post (y darse cuenta que son ellas).
El Selectivo vino y pasó, y fue tal vez una de las peores experiencias de mi vida deportiva, considerando lo que estaba en juego. Sí es cierto que tuve la mala suerte de lesionarme pocos días antes, y aunque hice tratar la lesión a tiempo, no fue lo suficiente para estar al tope de mi rendimiento. A eso súmenle mis más que obvios nervios y miedo al fracaso que suele aparecer justo cuando menos lo necesito, y fue un desastre total. Fue peor de lo podía hacer imaginado y ni siquiera la medalla de oro en equipo femenino me sirvió de consuelo. Lloré como nunca en mi vida y en público! En público, a la vista de todos los metidos en el deporte porque no era sólo el hecho de quedar atrás y no estar en la Selección para los Panamericanos con esos cupos que yo ayudé a ganar en Medellín, era sentir que había regalado mi logro por no pelear más cuando aún podía, lesión o no lesión, viento o no viento. 
De eso, ya va más de un mes, y aunque el deseo de quedarme en mi cama llorando y comiendo a turnos, y mandar a todos al demonio, consuelos y palabras huecas incluidos, ha disminuido considerablemente, aún no logro salir del hueco. Sí, hay un plan de entrenamiento y todos dicen que siempre hay una chance de que algo cambie, pero prefiero no hacerme ilusiones en vano. Admito mi culpa en todo este desmadre, pero en mis peores momentos siento la bronca contra todo el mundo, todos los que tuvieron o no algo que ver en esto, todos los que aún siguen teniendo una parte aunque sea lejana... y estoy segura que eso no es bueno.
Tal vez porque me criaron en la religión católica, en que casi todo es culpa, es que creo que, a pesar de lo que digan los psicólogos modernos, no todas las emociones son válidas, en especial si esas emociones están dirigidas a desear el mal al prójimo porque no puedo superar lo que hice mal, y lo que ellos también hicieron y hacen mal.
Quiero que la vida siga, y quisiera poder plantearme nuevas metas pero en este momento no veo cómo, no veo una forma en que todo lo que había esperado, deseado y trabajado llegue a darse de laguna manera. Soy una persona de más de 30 años que no sabe lidiar con el fracaso.
Y encima de todo eso, hay algo que me molesta más que mi propio fallo (lo que también está mal). Detesto las mentiras y los falsos consuelos, las palabras que algunas personas lanzan sólo porque sienten que deben consolarme... o las que callan porque sienten que deben "protegerme" ocultando cosas. Es ridículo y en no me hacen sentir mejor, me hacen sentir mucho, mucho, mucho peor de lo que ya me siento. Y tal vez todo esto se relaciona con dos cosas muy específicas: Fotografías y el campamento.
Parecen que no tienen sentido, pero sí lo tienen. Para rematarla, me recuerdan a una pregunta que escuché hace mucho: ¿Ocultar no es lo mismo que mentir? Para mí, sí es lo mismo. 
Hay días en que esas cosas, todas esa emociones con las que no puedo lidiar pero no quiero ventilar en voz alta porque no son buenas, se acumulan más que otros por pequeñas cositas, detalles que escucho por ahí y que veo confirmados después. Es ahí en que la frustración por mí misma se junta con el enojo a los demás y no hay por dónde sacarlos. Tengo que mantener una fachada firme y no dejar que nada de eso rebalse por ningún lado, porque no está bien desquitarse con los que no tienen culpa, y tampoco está bien desquitarse con los que sí la tienen porque negarían todo... y porque la rayada siempre termino siendo yo, y estoy harta de ese papel desde hace años, y no quiero volver a él. Ese llanto dolido, furioso y descontrolado de Santa Cruz fue el gran resbalón de la rayada que puedo llegar a ser, y es un error que no quiero volver a cometer.
Y entonces, sucede que mis pensamientos son malos y oscuros, y quisiera ser mejor persona o ser menos humana. Aunque no actúe de acuerdo a ellos, no significa que estén bien, y no siempre las palabras que se me salen son buenas, ni todo lo que callo es precisamente inocente.

martes, 2 de abril de 2019

La escalera del conocimiento

Ojalá fuera recta y fácil de trepar. Para alguien que, como yo, se sentía muy a gusto en las aulas, es triste admitir que mis tiempos de estudiante pasaron a mejor vida, o al menos mi paciencia para sobrellevar la vida de estudiante con gracia están en un lugar mejor.
Hace menos de dos semanas, nos llegó al correo de la Asociación una invitación para un curso de Monitores de Tiro con Arco que, en el escalafón del conocimiento y la preparación, están debajo de los Entrenadores de Nivel 1 y levemente encima de un arquero mínimamente independiente (o sea, casi todos los miembros de mi club). Considerando que, como siempre se dice en nuestros pagos, el cartón de certificado es lo que sirve, y que a la larga mi plan es pasarme a entrenadora cuando sea obvio que ya no estoy para competencias (o sea, en unos 20 años, calculo), este curso no era una oportunidad para desperdiciar... ni siquiera sabiendo quién daría el curso y conociendo a esa persona como la conozco.
Quisiera decir que el curso acelerado de cuatro días fue sencillo y agradable de seguir. Quisiera, en serio. Lastimosamente, el conocimiento, incluso aquel sobre el que tienes ideas bastante claras (a pesar de todos los posibles errores conceptuales que se podría esperar de alguien prácticamente empírico), es larga y retorcida. Muy retorcida. Imagínense que hasta aprendí de caballos y ciclismo de pista, que aunque sean deportes, no tienen mucho que ver con el mío. Cosas de la vida.
La pena de que mi capacidad de sentarme quieta en un aula y los entresijos y desvíos de la escalera del conocimiento se hayan encontrado es, obviamente, la pérdida casi completa de mi paciencia y mi absoluto desprecio por varios personajes que adornan el tiro con arco en Bolivia. Gracias a Dios, no compiten en mi categoría o me vería seriamente tentada a ponerles zancadilla de camino a recoger flechas.
Eso sí, el camino recorrido entre amigos, metafórica y físicamente, es el mejor. O que nos lo digan a los del Vico Móvil y los cantos del ruiseñor.

lunes, 11 de febrero de 2019

Nuevamente, la poke-cacería

En agosto (o fue julio, tal vez) de 2016, se habilitó Pokémon GO en Bolivia. Obvio, en los primeros meses, todo mundo jugaba y andaban como zombies con la cabeza metida en sus celulares. Con el tiempo, el grupo de los jugadores se redujo bastante pero quedó gente de lo más interesante.
Lastimosamente, siempre están los que hacen trampa y juegan con fly y resulta un problema cuando se trata de bajar un gimnasio, pero da una ligera ventaja cuando se trata de entrar a incursiones entre 5 en una plazuela vacía y ver que hay gente en combate en el gimnasio... En fin.
Desde hace un tiempo, entre los arqueros, de ser una de las tres que seguía jugando religiosamente, re aparecieron muchos en el vicio y ahora tenemos un grupito más agregados que salimos a pokemonear tratando de atrapar al pokémon legendario de turno en las incursiones. Caminamos como judío y evitamos llamadas de amigos y familiares en medio de los combates, y encima reímos como locos cada vez que a alguien se le escapa el bicho. Para rematarla, siempre acabamos comiendo algo por ahí y recuperando todas las calorías que quemamos en caminar.
Eso sí, me duelen mucho las piernas por las caminadas.

viernes, 8 de febrero de 2019

Y se me pasó el Año Nuevo...

Cada vez es más complicado mantener este blog. Realmente, historias no me faltan, cada día pasan cosas raras y vivir la agitada vida de una deportista es de lo más interesante... y la vez no. Mucho trabajo, mucho sacrificio y cero paga. La misma historia de todos.
De todas formas, esto va a que hace unos días mi laptop se suicidó de un solo saque. Aunque había dado señales previas de que su vida se agotaba, no pensamos que fuera realmente serio. Había el plan de ahorrar para comprar otra laptop, hacer un respaldo de los datos guardados y todas las precauciones que se toman cuando algo electrónico está por morir... pero como el momento no llegaba, simplemente no le dimos más importancia, hasta que realmente se reinició y el disco duro no arrancó más.
No sabemos exactamente qué pasó ahí dentro. Hay un leve olor a quemado, pero no tenemos manera de saber cuál fue la falla precisa que mandó todo por la borda. Como siempre, después de las lamentaciones de rigor, y echar cuentas sobre cuántos años tenía la difunta (unos 8, según mis cálculos), el siguiente paso era pensar en reemplazarla con algo más reciente, más resistente y que estuviera dentro de nuestras posibilidades económicas y los otros gastos que hay que hacer (más flechas...).
Resultado: Estamos en presencia de... mmm... la nueva laptop innominada de Meli. Largo tiempo dure.