domingo, 29 de marzo de 2015

Retrospectiva

Si hay un tema del que me gusta quejarme (entre los muchos que tengo) es mi adolescencia. Probablemente, fue (o al menos, así lo creí por mucho tiempo) la peor época de mi vida. Si al desbarajuste hormonal, las crisis emocionales, la mudanza de una ciudad a otra, las mil manías que desarrollé por esa época, le suman mi completa falta de habilidad para adaptarme a las sociedades y tolerar tonterías, pues tienen que pasé varios años de mi vida como la "raleada" del curso.
Siendo ecuánime, he de admitir que, aunque como toda adolescente, muriera por un poco de aceptación, no es que me esforzaba mucho por hacerme más simpática a mis compañeras. Francamente, era bastante odiosa, y me lo dijeron varias veces de varias maneras, claro que como sus comentarios eran para condenar mis comentarios sobre algunos actos tontos y cuasi destructivos, no hacía mucho caso de ellos.
El punto es que pasé el colegio con sólo dos amigas reales, hasta tres si me siento generosa. El resto (más de 60 chicas, si contamos los dos cursos en los que estuve) podían irse un poco al cuerno en lo que a mí concernía.
Pero, anoche agarré a mi hermana menor con una inocente pregunta sobre el estado de una de sus amigas, o la que yo (ingenua de mí) aún consideraba su amiga. No se necesitó darle mucha cuerda para que se embarcara en un largo (y bastante atravesado) monólogo sobre como dicha persona apenas habla con ella, y una larga serie de sus faltas y pecados, sazonado por las faltas y pecados del resto de curso, de lo que pude deducir varias cosas. 
Si bien mi(s) curso(s), siendo de sólo chicas, tenían un gran tendencia al drama y a las peleas internas entre "grupos", jamás había escuchado una serie de problemas tan enrevesados que dejarían de figuritas a una telenovela mexicana, de esas bien cebolleras. Sospecho, en base a mi experiencia, que a pesar de que las niñas del curso de mi hermana han crecido con los chicos en el mismo curso, aún no han aprendido como tratarlos, ni como tratarse a sí mismas alrededor de los chicos, y eso resulta en esos infinitos dramas en que las chicas se pelean por tipos que no valen la pena sólo porque...bueh, creo que una a esa edad cree que lo más importante en la vida es conseguir un chico. 
De ahí a esa tendencia a hacerse grupitos con nombres ridículos que parecen un híbrido entre pandilla y fraternidad gringa, y que los miembros de los grupos se pelean y se odian entre ellos y acaban generando nuevos grupitos ridículos, hay un paso. El hecho es que me decepcioné (más) de las nuevas generaciones, si es que son el futuro de la humanidad y demás se puede afirmar que estamos bien fritos.
Pero, comparando mi adolescencia con la actual, he de admitir que ser la "raleada" tuvo sus ventajas. Aprendí, a riesgo de recibir desprecio y críticas, a tomar mis propias decisiones y ser (bastante) yo misma. Puede que no sea un éxito laboral o económico, pero me siento bastante en paz conmigo misma en cuanto a las decisiones que he tomado, a pesar de todo. 

domingo, 22 de marzo de 2015

Antiguas obsesiones.

Hubo una vez una jovencita (porque con 15 años, difícilmente se califica como "niña") que un día vio un anime en la televisión...y se quedó obsesionada. Obviamente, hablo de mí misma (hola, mí misma!) y de Sakura Card Captors, el único anime que he visto completo en toda mi existencia, y del único que he leído el manga del que proviene.
Lo terrible con mis obsesiones es que no se quitan ni con los años, basta un pequeño empujoncito para que vuelva a revisar todo una y otra vez. Esta vez fue una charla inocente sobre películas que acabó en una cita con dos amigas para volver a ver toda la serie. Al menos, dos de nosotras lo vemos por millonésima vez, la otra amiga fue lo bastante inocente para caer en compañía de dos locas obsesivas (una de ellas, su servidora) viendo una de las series más divertidas (y extrañamente retorcida) de todos los tiempos.
¿Qué mejor manera de revivir una obsesión que revisando material antiguo?



miércoles, 18 de marzo de 2015

Justicia

El mío es un país marcado por una historia de lo más trágica. Nuestros pocos momentos de gloria se pierden en como aguja en pajar entre la colección de calamidades que nos ocurrieron y nos ocurren. Entre los más recientes en el malogrado disco duro de la memoria nacional, está la época de las dictaduras militares. No acabábamos de quitarnos a uno de encima, cuando el siguiente bestia vestido de militar levantaba la antorcha de la estupidez y, a punta de balas, se acomodaba en el poder por tiempo indefinido.
Me dirán que hubo dictaduras más represivas, sangrientas, largas o lo que quieran en cualquier otro país de Latinoamérica, pero no estamos aquí para comparar a quién le tocó un peor bestia en el poder. La parte en la que todos quedamos medio igualados es en la que los bestias de turno se pusieron de acuerdo y empezaron a pasarse prisioneros políticos entre ellos. 
Si eras opositor al dictador de turno lo que te esperaba era morirte. Si tenías suerte, te morías rápido, si no la tenías, te agarraban para torturarte con esa saña y creatividad de la que sólo los gobiernos de ese tipo son capaces. Idealmente, si lograbas salir de tu país vivo, podías considerarte a salvo...excepto por el detalle de que, como dije, los bestias se organizaron y si no te atrapaban en tu patria, seguro que te atrapaban en la de al lado.
Los años pasaron, las dictaduras cayeron de a poco, y cada país se hizo cargo (o no) de los responsables. Acá, Banzer se murió sin que le hicieran ningún juicio por sus 7 años de gobierno (es más, fuimos tan mensos en que encima lo eligieron para otro mandato en los '90). Al que sí agarraron, a pesar de todas sus influencias entre los milistares, a pesar de que se escapó y tuvieron que traerlo de vuelta, a pesar de todo, fue a García Meza. El tipo gobernó más o menos un año, pero dejó un rayón en el disco por la violencia de su mandato, y muy específicamente por el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz. Lo peor del caso es que al pobre hombre lo hicieron desaparecer literalmente, jamás encontraron su cuerpo y su esposa se murió sin saber qué fue de él.
Mientras, García Meza, aunque condenado a 30 años (apenas, y esa es la pena máxima) sin derecho a indulto, vivía cómodamente en la cárcel. Hoy está enfermo y viejo, aún le quedan diez años de sentencia, y nunca dijo dónde están los restos de Marcelo...hasta hace poco.
Lo cierto, es que no es muy creíble el hombre, por muchos motivos. Vale la pena buscar (si es que dejan buscar, aún hay muchos intereses cubriendo todo eso), pero hasta no encontrar alguna prueba es mejor no hacerse muchas ilusiones.
Lo curioso del caso (y a lo que apunta todo el anterior palabrerío) es que, justo hace poco también, le llegó el susodicho dictador una citación de un tribunal italiano por su participación en el Plan Cóndor (la organización de bestias que les decía) y la desaparición de ciudadanos italianos en el alboroto. El cuate, obviamente, no les quiso abrir la puerta de su cuarto de hospital para no recibir la citación en mano, pero parece que los italianos son más vivos, así que se la pasaron por debajo de la puerta y lo dieron por notificado. 
Y no es él solito el notificado, oh no precioso, son 32 acusados más, entre chilenos, bolivianos, peruanos, y uruguayos. Una maravilla, si me preguntan. Banzer aquí se murió sin rendirle cuentas a nadie por lo que hizo en su dictadura, y aunque García Meza y Arce Gómez estén en la cárcel, la vida para ellos ahí no es nada dura, aún tienen influencias entre los militares...y aún les tienen miedo. 
Si todo sale bien, los condenan en Italia y cuando acaben sus condenas aquí, se los pone en un avioncito directito a una cárcel italiana en la que no tengan privilegios. Siendo así la cosa, ¿a alguien más le parece que no es coincidencia que empiecen a cantar? 

jueves, 12 de marzo de 2015

Entrenamiento

¿Recuerdan la época en que "hacía ejercicio" y me quejaba de que todo me dolía? Dado que mis queridas amigas me abandonaron en la estacada y juré no ir sóla al antro de tortura, más conocido como gimnasio, pensé que mis épocas de dolor muscular post-deportivo habían quedado atrás.
Se podría decir que sí hago deporte, tiro con arco, digan lo que digan mis papás de que no cuenta como deporte quedarse parada disparando (prefiero no hacerles caso porque ellos nunca han disparado nada), pero aunque al principio andaba con algunos dolores en la espalda por tensar el arco, no se trataba nunca de nada serio. Hasta ayer...
Debido a una muy molesta e inoportuna conjuntivitis, tuve que faltar a dos entrenamientos (cinco, si cuentan los días que no voy nunca por el trabajo). El miércoles, entre una cosa y otra, llegué cómodamente más tarde de lo habitual al entrenamiento y ¿qué me encuentro? Resulta que el entrenador de equipo nacional de tiro (a la hora que me entero que existe un equipo nacional) fue a entrenar a los chicos que irán al Nacional en Santa Cruz. Siendo realistas, es obvio que no iré: recién voy un mes disparando, no tengo arco propio, ni flechas, ni puntería, pero el cuate (muy buena gente, por cierto) estaba en plan de "ellos (los niños genios con todo lo necesario) son la prioridad, pero ¡hey! haremos trabajo con todos".
Después de la ronda de ejercicios de calentamiento y estiramiento, me tuvo otra buen rato con flexiones para todos los músculos del cuerpo, aparte de trotar (que jamás ha sido mi fuerte), y más ejercicios de técnica. Resultado: me duelen músculos que no me dolían ni con el gimnasio. 
La parte buena es que ahora nadie me pude decir que esto del tiro con arco no es un deporte de "nada más estar parado) (tengo músculos adoloridos para probarlo). Lo malo es que...eso, me duele todo.

martes, 3 de marzo de 2015

Los zombies

Cuando hace casi dos años vi "Guerra Mundial Z", algunos amigos me comentaron que la película es una porquería comparada con el libro. Personalmente, me gustó la peli, por muy alejada del libro que esté (en muchos, muchísimos detalles), tiene una buena historia, aunque no sea perfecta.
Eso sí, definitivamente, hay una diferencia abismal entre el relato del libro y el de la película. La última es un relato del típico héroe gringo (aunque me guste, no le quita nada de los clichés), mientras que el libro parece una tesis, una investigación en toda regla, y a la vez una colección de relatos de la guerra, desde sus primeros días hasta el final, más de diez años después.
Max Brooks, el autor, ya había escrito antes su "Guía de supervivencia - Zombie". Francamente, empecé a leerlo casi como una broma, pero su relato es tan "serio", tan detallado en todos sus aspectos (análisis de territorios, de armas, métodos de escape y aprovisionar un refugio, etc.) que por la mitad del libro ya ves tu propia casa con otros ojos: "esto sirve, esto no...no podría llevar esto, lástima. ¿Cómo puedo volar las gradas?". Para el final, después de los breves relatos de brotes de la epidemia en el mundo, ya estás calculando el precio de un machete y como conseguir un buen rifle y municiones. 
En pocas, muy bien escrito.
El libro de "Guerra Mundial Z" sigue la misma idea en cuanto a sus zombies. Todo lo que dijo en su Guía sobre el "comportamiento" de los muertos vivientes aparece en todos los relatos de los sobrevivientes a la guerra. Pero lo más interesante es la perspectiva humana, el "factor humano" que no estaba tan presente en la Guía (porque no era su intención, un manual debe ser lo más preciso y objetivo posible), las personas que vieron los primeros casos y como se convirtieron en plaga, que con suerte, audacia y determinación sobrevivieron al caos. 
Las historias vienen de todas partes del mundo, aunque se da más énfasis a los hechos de EEUU, desde los que huyeron de las grandes ciudades, hasta los que quedaron flotando en la Espación Espacial Internacional. La naturaleza humana es variada y complicada, y las situaciones de crisis sacan lo mejor de unos y los peor de otros, y todos esos aspectos aparecen de alguna manera en el libro. Brooks tiene el mérito de crear varias voces distintas y formar un relato coherente de lo que, hipotéticamente, podría ser el reto más grande que enfrentaría la humanidad.
E igual que con la Guía, te deja una sensación rara y dividida: incredulidad porque eso jamás podría pasar, y una leve paranoia porque, en este mundo, casi cualquier cosa puede pasar.