Hay una razón por la que siempre evado la responsabilidad de organizar casi cualquier cosa: La gente. Incluso si es gente que quiero, incluso si los considero mis amigos, incluso si confío lo bastante en ellos como para competir juntos. ¿Por qué? Porque, como dicen por ahí, en todas partes se cuecen habas, y nunca se puede dar el gusto a todos, a pesar de que tengas las intenciones de que todo salga bien.
Y heme aquí, ayudando a organizar un viaje de delegación. Ayudando digo porque creo que en realidad no hago nada más que recibir mensajes de las personas y transferirlos al canal adecuado, sugerir opciones y dar consejos y apoyo moral. Según yo, eso no es directamente "organizar", sólo ayudar a hacerlo, y de todas formas sigo ahí en el medio de la acción.
La acción, por cierto, es francamente agotadora y pone a prueba la paciencia del más santo. Yo no tengo mucha paciencia, aunque mis buenos modales me impiden mandar a la gente a paseo (o a lugares menos elegantes y más escatológicos). En especial, esta semana está resultando toda una prueba y recién es la madrugada del jueves. Parece que todo se junta, todo se acumula y se amontona, y aunque me deshaga de un tema, sale uno más. Otra vez, benditos los modales que me inculcaron mis padres para no gritar a la gente con mi mejor lenguaje de bucanero y salir dando portazos.
Estaré muy feliz cuando todo esto acabe y deje de sentirme responsable por todos.