martes, 28 de febrero de 2017

La querida amargada

Si hubo alguien a quien admiré y deseaba emular en mi loca adolescencia, esa fue Daria (como siempre, me busco personajes ficticios para admirar). Era muy fácil verme en esa chica de lentes, peleada con el mundo, sarcástica y algo cínica, pero tan confundida con el mundo como yo lo estaba en ese momento, incluso considerando que Daria era mayor que yo.
¿A qué viene esa súbita declaración de amor adolescente? Lógicamente, a que recientemente volví a ver toda la serie y las dos películas, y es que una vez que me subí a ese tren, no hubo quién me bajara (ni siquiera la batería suicida de mi laptop). Me pasé años buscando la serie por la red, y resulta que la respuesta estaba más a mano de lo que creía (bendito fecebook y su sistema de chismorreo). Es divertido ver de nuevo una serie que pensé que jamás volvería a ver, y darme cuenta de todos los cambios sucedidos desde que la vi por primera vez.
Quiero creer que me parecía mucho a Daria cuando era adolescente: ambas éramos conocidas como las cerebritos del curso, teníamos una amiga muy cercana e increíblemente creativa, ni sentíamos mucho cariño por la gente boba. Pero también me sentía por debajo de ella: Daria escribía cuentos e historias, leía mucho más, era más sarcástica, y vivía bajo su propio código moral. Eso sí, resultó que al final las dos teníamos corazón de pollo y emociones (yo más que ella, pero así es la vida).
Verla de nuevo me hizo pensar (bastante estúpidamente, por cierto) en si he vivido mi vida como Daria la hubiera hecho. Obviamente, renuncié al camino del conocimiento y el intelecto, a pesar de que sigo leyendo como si la vida me fuera en ello, abandoné los lentes por los contactos y una cirugía de la vista, me preocupé más por mi aspecto y caí en las oscuras garras del mundo del deporte competitivo (y Daria odiaba a los deportistas tontos porque tenían la vida hecha a pesar de su notoria estupidez). Aún así quiero creer que podría intercambiar unos cuantos sarcasmos con Daria a nivel de respeto mutuo porque ¿no era vivir según tus propias normas y no los de la sociedad lo que ella quería?

martes, 7 de febrero de 2017

Trabajo físico, trabajo mental

Dado que ya terminó mi ronda de dos escasos meses de oficina, he estado tratando de volver a mis rutinas de ejercicio que tuve que dejar por falta de tiempo (y falta de voluntad de levantarme dos centavos más temprano para hacerlas). No voy a engañarlos y pretender que hacía una ronda seria de ejercicios, de esos que te dejan adolorida todo el día, pero al menos me servían para mantener un poco más mi fuerza. Entre el trabajo y las fiestas, mi rutina se fue al demonio y la estoy pagando en falta de fuerza con el arco...
Pero es más fácil recuperar mi fuerza y mis dizque abdominales que trabajar en mis miedos, especialmente si esos miedos se manifiestan en errores estúpidos que ya no cometía. En toda esta semana, y en una alarmante progresión aritmética (que si fuera geométrica me muero), maté 6 flechas contra la temible plancha del campo de tiro. Las flechas no se rompieron, pero sí las plumas, y si consideran que no tengo emplumadora...no es una situación que me anime mucho, la verdad.
Aún así, reemplazar plumas es fácil, lo difícil es recuperar la confianza en mí misma para volver a disparar sin miedo y sin entrar en pánico por la frustración creciente. Lo malo de cometer errores que ya no cometía, es que empiezo a darme cuenta de los errores que aún cometo y no logro corregir, y como por encanto se hacen visibles para todos los demás. No soy una persona que lidie fácilmente con las críticas, incluso las bien intencionadas, y menos aún si son cosas que ya sé que debo arreglar...tal vez por eso jamás me postulo a trabajos que requieran "tolerancia a trabajar bajo presión". Hablen de presión con mis casi lágrimas en pleno entrenamiento.