Llevo casi tres semanas entrenando todos los días, y aunque disfruto mucho disparar, creo que los nervios por el próximo Torneo me están empezando a afectar. Puedo decir, sin pecar de sobradora, que soy de lo mejorcito que hay en Cochabamba en mi categoría. Puedo afirmar sin faltar a la verdad ni exagerar, que entreno más que nadie en el Club, con excepción de una persona. Pero también puedo decir que, probablemente, sea la participante que está más asustada.
Tal vez debería relajarme un poco, disfrutar de las cosas que hacen que ame la arquería: el control del cuerpo, la fuerza y la calma, y, seamos honestas, lo genial que es disparar flechas. Pero hay algo más que hace que ame la arquería que no he mencionado: soy buena, no excelente o una deportista de élite, pero soy buena. Mucho tiene que ver ahí mi propio nivel de exigencia, algo que hace que mis compañeros de entrenamiento se rían o quieran ahorcarme cuando empiezo mi quejadera de que cualquier cosa fuera de los amarillos no sirve. Para bien o para mal, llevo demasiados años exigiéndome ser lo mejor que puedo en las cosas que realmente me interesan (obviamente, conseguir un trabajo real no cuenta).
Así que, irónicamente, yo, que siempre ando predicando por ahí el disfrutar y divertirse con las cosas antes que traumarse con la presión y derrumbarse, estoy luchando con eso mismo. Parece que en cuanto más me presiono, más me concentro, más trato de corregir mis errores de técnica para hacerlo mejor, peor lo hago. Hoy fue uno de esos días en que no lograba hacer un grupo de flechas hiciera lo que hiciera. Deprimente si se considera que faltan dos semanas para el Torneo y no hay tiempo para dudar o temer.