Haré uso de una de las frases más recurrentes en el libro que acabo de terminar de leer para el título de esta entrada que trata, justamente, sobre ese libro. Podría ponerme rebuscada y clavarle algo bien sesudo sobre la educación y pajas (el tema del libro), pero ya ando medio dormida.
Hace cosa de un año o más, mi esposito me leyó una entrada en facebook de uno de sus estudiantes: el pobre, después de un largo peregrinaje por la burocracia de las autoridades de educación regionales (papel, papel y más papel), había sido condenado (papelón de papelones) a repetir un curso de la secundaria (o, más bien, los exámenes), que en su época (y en la mía, que tenemos la misma edad pues) era 1° y ahora es 3° (papa patata), para poder darle su Título de Bachiller (papel). Hay que reconocer que el chico se lo tomaba con filosofía y buen humor. Yo me hubiera pegado un tiro.
El pobre condenado le puso al mal tiempo buena cara, agarró al toro por los cuernos (la mayor parte del tiempo) y se fue a dar los exámenes que le hacían falta. En el camino, se dio cuenta de que la educación en nuestro pobre país no ha cambiado desde que pasó el mismo curso hace 15 años...y de la burocracia no hablemos.
Y es que es realmente aterrador ver que los contenidos de las materias no han cambiado absolutamente nada con los años. Recuerdo que hace unos, cuando mi hermana menor seguía en el colegio y estudiaba geografía, le di una revisión a su texto y me encontré con que Yugoslavia estaba todavía entre los países de Europa, y mi hermana debía memorizar eso y repetirlo en su examen como un periquito. Yugoslavia. Como para echarle sal a la herida, era exactamente el mismo libro de texto que mi esposito había usado en el mismo colegio que mi hermana en sus años de colegio. Exactamente el mismo.
En su estilo, medio cómico y medio filosófico, el autor cuenta sus aventuras lidiando con el sistema escolar boliviano: profesores buena gente, profesores despreocupados, compañeros interesantemente reflexivos, y conocimientos que en la vida se vuelven a usar (al menos, todos creemos eso...hasta que por un horrible error te manden de vuelta al colegio a re-memorizar todo eso para el rato del examen y borrarlo de los recuerdos inmediatamente después).
Lo cierto, y en eso coincido con el chango, es que no se puede aprender nada si realmente no te interesa, si no te apasiona...o si no te lo hacen mínimamente interesante. No todos servimos para lo mismo, y aunque algunos (como yo) parecen tener el don de sacar buenas notas en todas las materias, no significa que en realidad hayamos aprendido algo (si me pusieran una de esas ecuaciones químicas que resolvía con los ojos cerrados en colegio, no sabría que hacer con ella hoy en día).
Por supuesto, los adultos siempre levantan el argumento de la "cultura general" para mandar a aprender todas esas cosas, y la "flojera" y falta de voluntad de la juventud para ponerle "empeño" a los estudios. El colegio te deja una leve (muy leve) capa de "cultura general" y un gran desinterés por el aprendizaje, además de la idea de que memorizar es lo mismo que aprender y es suficiente para obtener las tan deseadas buenas notas, que en no reflejan nada sobre los conocimientos.
Y también es por eso que aún no tengo hijos (entre otras cosas), porque me dan pesadillas pensando en qué colegios tendŕe que ponerlos a estudiar, o con qué profesores les tocará lidiar (ojalá no con una como la profesora de literatura que me dijo que Marte, el dios de la guerra, era mujer).
Atte.
La mejor alumna y abanderada de su promoción