Revisando el escritorio de mi blog, caí en cuenta de que la anterior entrada (esa en que me quejo de que soy floja) era la entrada N° 1000...Aunque los primeros años, escribía un montón (mucho más que ahora), jamás pensé que llegaría a esa cantidad de entradas. Mil es un número por demás respetable, me parece. Claro que también me puse a pensar que hubiera alcanzado ese número hace mucho más tiempo si mi cantidad de publicaciones no hubiera descendido drásticamente a raíz de empezar a trabajar (sí, la vida es más fácil cuando no trabajas...pero no puedes darte ningún gusto).
Así que, queridos lectores, festejemos a mi longevo y bastante nutrido blog con una de esas historias que sazonan mi vida. Ayer, después de mucho dar vueltas, me senté decidida a re-emplumar mis flechas. Esto de ser arquero, mis jóvenes saltamontes, implica más que ir por la vida jugando a ser Katniss Everdeen, el equipo requiere constante revisión y mantenimiento, para que se vayan enterando, en especial las flechas que tienen una mala tendencia a perder plumas con el tiempo.
Ponerlas de vuelta es toda una ciencia, no me explico cómo lo hacían antes sin emplumador y pegamento de secado rápido (gracias a Dios que vivo en esta época). Lastimosamente, mi limitados fondos y pocas oportunidades de conseguir material deportivo hacían que no tuviera plumas para reemplazar las que iba perdiendo. Cuando conseguí plumas, no tenía emplumador y no había manera de que fuera a hacer el trabajo al cálculo, no tengo esa habilidad.
Al fin, un amigo arquero me prestó su emplumador y...estamos de regreso al inicio. Para empezar a re-emplumar hay que, obviamente, desprender de la flecha las plumas dañadas y quitar los restos de pegamento. No es un trabajo muy grave...a no ser que hayas pegado y re-pegado las plumas antiguas que estaban a medio desprenderse para que se acabaran de caer (tacaño de mi parte, lo sé, pero comprar plumas no estaba entra mis posibilidades inmediatas en esos momentos). Resultó que entre pegada y pegada, el adhesivo formó masas bastante sólidas sobre las plumas rotas, tan sólidas que la navaja suiza apenas lograba cortarlas, y no hablemos de los restos que quedaban pegados en las flechas.
La limpieza de las varas, que no suele ser un procedimiento relativamente rápido, se extendió al rsto de la tarde, ¡y eran sólo 5 flechas!. Si no era por mi amigo Adrián, que se armó de paciencia y ayudó a limpiar (y se encargó solo del pegado de las nuevas flechas), no hubiera terminado nunca, ni mis flechas hubieran quedado tan lindas como están.
Lo triste ahora es tener que deshacerse de los cadáveres de las plumas viejas, cortadas y con bloques de pegamento.