Hay perros que aprenden trucos del tipo "siéntate", "quieto", "rueda" o "hazte el muerto". Son muy listos, es cierto. La gente cría perros espera poder enseñarle cosas elementales, como hacer popó y pipí en un sólo lugar, no subir a los muebles y no salir corriendo cuando ven la puerta de calle abierta. La mayoría lo logra y tiene mascotas bien portadas, limpias y algo aburridas.
Tú, Rulito, jamás aprendiste nada de eso. Admitamos que, siendo niñas, nos faltó carácter para imponer algo de disciplina, pero te veías demasiado adorable haciendo tonterías. Además está el detalle de que sospecho que eras muy listo para mandonear por unas niñas asombradas de tu existencia.
Tratamos de enseñarte cosas poco prácticas, como saltar sobre un palo al darte una orden, como si fueras del circo. Nuestro método no era muy eficaz, por cierto, y le hallaste la falla al tiro.
Poníamos el palo a unos diez centímetros del suelo, y agitábamos un trozo de mortadela al lado contrario del que tú estabas. Para el momento en que lo intentamos, ya tenías unos meses con nosotras y te habías estirado, literalmente, así que saltabas alegremente el palo y te comías la mortadela.
Subíamos el palo a 20 centímetros, y sacábamos otro pedazo de mortadela. De nuevo, saltabas y comías.
Cuando pusimos el palo a 30 centímetros, decidiste que era un desperdicio de tiempo eso de saltar palitos, y pasaste por debajo doblando las patas. Sin importar lo que hicimos para tratar que volvieras a saltar, no lo volviste a hacer, ni por toda la mortadela del mundo. Los saltos eran para causas mayores.
Aprendiste lo necesario para ser un perro casero y no un completo tiro al aire: respondías a tu nombre y a un silbido, y no recibías más órdenes si no te placía hacerlo. Algunos años después, aprendiste a darme besos. Te decía: "A ver, un beso a la mamá", me llenabas la cara de lametones, y recibías un beso mío en la punta de tu nariz. Mi mamá decía que era asqueroso, pero nunca te escuché quejarte de mis besos.
Aparte de eso, tú único "truco" era pararte en dos patitas y dar unos pasos así. Nada fuera de lo común, pero era encantador en tí. Mi papá, un poco dado al "amor-apache" con las mascotas, te lo enseñó apoyándote así parado en la pared hasta que lograste equilibrarte solito. Sólo había que unas palmadas en los muslos y tú ya estabas balanceándote en tus patas traseras, esperando una caricia o comida.
Lo de buscar cosas, como pelotas, no era lo tuyo. Te gustaba que te lanzáramos la pelota y correr detrás (un palo no tenía gracia), pero te quedabas con ella, no la devolvías.
Si la lanzan, es tuya, ¿verdad?
Subíamos el palo a 20 centímetros, y sacábamos otro pedazo de mortadela. De nuevo, saltabas y comías.
Cuando pusimos el palo a 30 centímetros, decidiste que era un desperdicio de tiempo eso de saltar palitos, y pasaste por debajo doblando las patas. Sin importar lo que hicimos para tratar que volvieras a saltar, no lo volviste a hacer, ni por toda la mortadela del mundo. Los saltos eran para causas mayores.
Aprendiste lo necesario para ser un perro casero y no un completo tiro al aire: respondías a tu nombre y a un silbido, y no recibías más órdenes si no te placía hacerlo. Algunos años después, aprendiste a darme besos. Te decía: "A ver, un beso a la mamá", me llenabas la cara de lametones, y recibías un beso mío en la punta de tu nariz. Mi mamá decía que era asqueroso, pero nunca te escuché quejarte de mis besos.
Aparte de eso, tú único "truco" era pararte en dos patitas y dar unos pasos así. Nada fuera de lo común, pero era encantador en tí. Mi papá, un poco dado al "amor-apache" con las mascotas, te lo enseñó apoyándote así parado en la pared hasta que lograste equilibrarte solito. Sólo había que unas palmadas en los muslos y tú ya estabas balanceándote en tus patas traseras, esperando una caricia o comida.
Lo de buscar cosas, como pelotas, no era lo tuyo. Te gustaba que te lanzáramos la pelota y correr detrás (un palo no tenía gracia), pero te quedabas con ella, no la devolvías.
Si la lanzan, es tuya, ¿verdad?
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