miércoles, 2 de septiembre de 2009

No escupas al cielo...

...básicamente, porque es una cosa muy asquerosa y desagradable. Ya, en serio: no escupas al cielo porque (por una cosa muy sencilla llamada gravedad) es probable que te caiga encima. En la vida real, eso se quita con un poco de agua (y muchas muchas maldiciones hacia la gravedad, porque nadie en su sano juicio se culpa a sí mismo, verdad?), pero si (como es la idea de los refranes) lo aplicas al sentido metafórico de la existencia, pues ni toda el agua del mundo de ayudará a quitarte el escupitajo de la autoestima.
Hasta hace un rato, estuvimos ensayando con mi amiga Nath la pieza para el G 2 del coro y...no pues, me subo y me bajo de las notas como si fueran la escalera de Jacob. De hecho, todas las notas las canto una cuarta de tono más arriba de lo que en verdad son. Lo grave es que yo no me doy cuenta, pero Nath sí lo nota y al tiro (yo quisiera tener ese oído, pero yo distingo desafinadas mayores no más).
Resultado: mi autoestima, que anteayer estaba ya no de inflada y estaba flotando por las nubes (¿y quién se creía la reencarnación de María Callas, eh?), ahora está a ras del suelo. De veras, juro por las tangas de Merlín (el más sagrado de mi juramentos, por si no lo han notado) que no vuelvo a criticar la afinación de nadie nunca más (y hasta el viernes, que es el siguiente ensayo y no me quedará más que volver a quejarme de las "vocecitas melodiosas" que me rodean). He dicho.

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