El lunes me desperté de un excelente humor. Fue una mañana relativamente buena en el trabajo, buen almuerzo, buena tarde de entrenamiento, todo una maravilla hasta ahí. Después, todo cuesta abajo.
Díganme intolerante, loca maníaca exigente, lo que quieran, pero en mi defensa debo decir que les he tenido a todos los que se han dedicado a ser un dolor en el trasero estos días, más paciencia de la que yo misma creía que podría tenerles...que ya es mucho. Incluso con mi reducida capacidad para aguantar a la gente molesta, en general, he tratado de no dejarme llevar por la rabia y hacer lo que debía ara solucionar lo que se pudiera.
Lastimosamente, hoy llegué a un límite. Exploté, y grité. ¿Se lo tenían merecido? Completamente. Si no les hubiera advertido a esas personas en específico sobre lo que debían hacer para evitar problemas en el momento en que debía hacerlo, me sentiría culpable, y con toda razón. Pero lo hice, y más de una vez, así que creo que un reclamo en ese sentido es absolutamente injustificado. No lo merezco, y no lo voy a aguantar callada.
En cuanto a la otra parte del reclamo, ¿qué me vieron cara de adivina? ¿o de chivo expiatorio? No puedo deducir todos sus propósitos, ni lo que les pasa por la cabeza de la nada, y menos si les da por andar en conciábulos secretos, hechas a las misteriosas. Lastimosamente, no sé leer mentes. Y por eso mismo, no tengo que cargar con las culpas ajenas, ¿o desde cuándo esto es un kinder para que tenga que perseguirlas para recordarles todo y preguntarles todo lo que se olvidan decirme?
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