lunes, 23 de enero de 2012

Un choque con la realidad

Sé que en el mundo hay mucha pobreza, que hay gente que muere de hambre, que no tiene nada de las cosas que he dado por sentadas en mi vida porque siempre las he tenido, pero supongo que nunca me las creí del todo, incluso ahora me parecen parte de un mal sueño. ¿Qué pasó?

Hace dos días, el viernes, sucedió que mi sufrido novio me pidió que lo acompañara en la tarde a comprarse dados para rolear. Salimos, fuimos a la tienda, compramos los dados y después fuimos al cajero automático de la Plaza principal para sacar dinero. Sentada en una ventana al lado del cajero había una viejita, muy muy mayor (le calculo unos 90 años con facilidad), que parecía que hablaba con el aire o con todos los que pasaban a la vez. Lo triste de ver la pobreza todos los días es que te hace un poco indiferente a ella, podría haber pasado de largo tratando de acallar mi conciencia, pero traté de escuchar qué decía la señora. Pedía que se lo pararan un taxi para irse a su casa, y decía que ella pagaría.

No quiero hacerme a la santa, ni pretender que soy la Madre Teresa o algo así, pero le puse ojos de borregito a mi sufrido novio para ayudar a la señora. Paramos un taxi, que de entrada no quería llevarla a no ser que nosotros fuéramos con ella, con el pretexto de que los viejitos nunca se ubican. Subimos con la señora al taxi, y lo primero que nos sorprendió a todos, incluyendo al taxista, fue lo bien que se ubicaba y la buena vista que tenía para reconocer las calles. Casi llegando a su casita, paramos en una tienda de barrio porque la señora quería comprar velas y galletas.

Su casita, si se la puede llamar así, tenía una puerta de metal muy vieja y oxidada, cerrada sólo por un candado de esos antiguos a los que hay que darles dos vueltas. No entré a su cuartito, sólo vi desde la entrada. Mi sufrido novio sí entró y después me contó lo que vio.

La viejita sólo tenía su camita, muy chiquita, una mesa con un ladrillo para poner las velas (olvídense de la electricidad, y supongo que menos agua corriente), dos sillas, una frazadas sobre su cama y eso fue todo. No vio ni comida, ni platos, ni nada más, así que tal vez lo único que comería serían las galletitas que compró.

La puerta no tenía ningún seguro, así que había que trancarla con un palo por dentro, pero como la viejita no podía hacerlo (se la notaba muy cansadita, sin menciona que tenía una mano mala y la espalda muy encorvada), mi sufrido novio hizo malabares desde fuera para trancar la puerta. Tardó un montón pero lo hizo. El taxi que nos llevó y que nos estaba esperando, al ver que el asunto iba para rato, se fue pero no nos cobró la carrera.

Nos fuimos en micro a mi casa (justamente, era la parada de una línea), y de camino me largué a llorar. Me sentí horriblemente mal por la viejita, sola en su cuartito comiendo galletitas de chocolate, alumbrada con sus velitas, esperando al día siguiente por una sobrina que la llevaría de nuevo a la plaza (mi sufrido novio me dijo que hace años que la viejita está siempre ahí. Me pregunto si todos los días espera a que alguien le pare un taxi para irse), me dolió haber hecho tan poco por ayudar, me conmovió ver esa pobreza tan digna dentro de todo (la viejita insistía en pagarse todo, desde el taxi hasta sus velas y galletitas), y me pregunté como llegó allí esa ancianita.

Y me sentí como un asqueroso parásito, una persona sumamente egoísta y malcriada.

Sé que no puedo hacer nada para cambiar el mundo, puede que ni siquiera haya hecho mucho para ayudar a esa viejita, pero quiero creer que esa hora que pasó entre prestar atención a la viejita sentada en la plaza y regresar a mi casa llorando, sirvió de algo.

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