Desde el día que nos mudamos, dije que me traería a mis hijitos conmigo al depto. Claro que del dicho al hecho hay mucho trecho y eso, así que entre una cosa y otra lo íbamos posponiendo para después. El principal pretexto para posponerla era que la terraza donde deberían estar está junto al techo de la casa y quedó algo bajito, y había el miedo de que, hipotéticamente, mis perros se treparan al techo y se pasaran al de la vecina (que, dicen las malas lenguas, es un dolor de cabeza).
Mi esposito proponía poner una super malla o una reja o cosas así de complicadas, mi idea era simplemente poner sus casas en el rincón bajito y se acabó. Incluso considerando lo cirqueros que pueden ser mis perros, me parecía muy improbable que se subieran al techo de sus casas para ir al techo de la casa en busca de aventura (o palomas, en cuyo caso yo no los bajaría...que espanten a las palomas). La discusión se hizo eterna y después fue poco recurrente, hasta que una conversación con mi mamá precipitó todo.
No que mi mamá estuviera a favor de que me llevara a los perros (no porque se los quisiera quedar o algo así, si no porque creía que no era buena idea tener dos perros en una terracita de 3x3 m), así que la quejadera no iba por eso. Simplemente, me contaba todas las barbaridades que hacían mis bebés para entretenerme (o asustarme). El caso es que la historia de ayer me aterró. De acuerdo a mi mamá, que no suele exagerar, mi perro más viejito (que ya no ve muy bien, por no decir nada) se enredó hace dos noches con las ramas bajas de un manzanito de morondanga del jardín, no pudo soltarse, le cayó la última aterradora lluvia de locos, se mojó y se puso a aullar-llorar. Mi hermana salió a soltarlo, pero el pobre ya estaba mojadito.
Como si fuera poco, ayer, que seguía lloviendo, el zoquetito seguía saliendo de su casa a tirarse en los charcos de agua y mojarse más. Mi mamá tuvo que encerrarlo en su casa con una tabla y trancas el resto del día para que dejara de hacerlo. Su diagnóstico es que el pobre agarrará una neumonía que lo despachará al otro lado.
Lógicamente, entré en pánico y mi esposito, para calmarme, nos hizo ponernos en campaña ipso facto. Hoy nos pasamos la mañana y parte de la tarde poniendo la bendita malla de alambre (o malla de gallinero) en la terraza para que el perrito viejo (que no tiene fuerza ni para saltar) no se suba al techo. Quería traerme a mis dos bebés, pero mi esposito dice que primero probemos con uno y después ya veremos.
Con el dolor de mi alma, tuve que dejar a mi Cacho, que me miraba con cara de "no me abandones, llévame contigo" en casa de mis papás y traerme sólo a mi Rulito. Su casita está instalada y, aunque se durmió botado en el suelo (para variar), lo metimos a su casita para que no agarre más frío del necesario. De momento, está tranquilito, pero no se sabe nunca qué locura se le ocurriría hacer.
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