sábado, 7 de septiembre de 2013

Después de la muerte

Entre una cosa y otra, recién encuentro el valor y las ganas para escribir esto. El martes mi bebito se durmió para siempre. No me dejaron estar con él en la veterinaria (alguna estúpida regla que no tiene sentido para mí) y creo que esa fue la peor parte de todo el asunto, sin contar con mi sobrinito que estaba muy asustado porque creía que su perrito (que es MI otro perrito, en realidad) seguiría el mismo camino inmediatamente.
Es horrible hacerme a la idea de que mi bebito no está más aquí, que no llegaré a casa a ver si está bien o si comió o no tiró nada; o que no iré tampoco a casa de mis papás y veré si está dando vueltas por el jardín; o que mi mamá no me llamará más para contarme las últimas locuras o torpezas de mi bebé. Es triste darme cuenta que se mi amigo de la infancia se ha ido, y esa idea es una de las peores partes.
La otra peor parte es, como diríamos vulgarmente, levantar el desastre que quedó atrás. Por ejemplo, nos dimos cuenta de que su casita, que yo pensaba conservar, estaba con termitas. Si hay algo a lo que le tengo pánico es a que esos bichos espantosos se metan a mis muebles (lo que sólo agudiza la idea de que parte de mi infancia se acabó de ir con mi bebé y que sólo quedó la yo vieja, no de mis mejores encarnaciones), así que la casita tuvo que irse de regreso a la casa de mis papás, que botarán la otra casita que está más llena de termitas. Súmenle lo de llevar la comidita que no comió, guardar su chompita, y lavar el desastre de mantas y cobertores que usó en sus últimos días y estamos servidos.
Aún así, lo extraño mucho. 

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