
Pero, para mí, es un logro muy grande, más si consideramos mi pésimo carácter y mis arranques de mal humor que, generalmente, se estrellan contra mi esposito. Claro, tampoco vamos a negar las malas manías del susodicho que me sacan de mis casillas. Y llegados a ese punto, cualquiera con dos dedos de frente sabrá lo mismo que yo: de eso se trata un matrimonio.
Para los ingenuos que estén cerca de casarse, permítanme pincharles su nubecita flotante de felicidad: el matrimonio no tiene mucho de romance y corazones flotando en el aire, el tipo de ilusiones rosa que Disney vende. El matrimonio son las discusiones sobre quién tiende la cama y quién limpia el baño, y hacerlo aunque no te guste porque amas al otro en esas pequeñas cosas. Así que, si no están dispuestos a limpiar baños y restregar ropa a mano porque la lavadora (bendita sea) no lava tan bien como creían, mejor no se casen.
Feliz Aniversario para nosotros!
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