Con el inminente retorno de mi hermana de tierras mexicanas a esto lares de Dios, había considerado pertinente pedirle que me traje flechas de carbono (entre las varias cosas para arquería que se me ocurría). Lastimosamente, mi menguada economía no me permitía comprar las flechas, y me hice a la idea de que no se podía.

Pero resultó que había un montón de problemas para conseguir la flechas, siendo una de ellas que ni cortándolas al tamaño que uso entraban en sus maletas. Separadas por medio continente y ayudadas por el internet, que todo lo sabe, tratamos de investigar opciones de envío, pero resultaron no muy prácticas ni muy económicas. Finalmente, me hice a la idea de que no tendría flechas de carbono y pedí algunas cosillas que hicieran menos bulto, como cera de cuerda (hay que ver la cantidad de cosas que se necesitan para este deporte).
Y entonces, llega mi hermana, cenamos pizza (en abundancia) y sale mágicamente de entre sus cosas un tubo de cartón con una docena de flechas de carbono. Decir que me puse a gritar de alegría no es una exageración poética en este caso (lo hice, en serio). Por supuesto, no puedo pedir nada en mucho tiempo, y me siento cordialmente compelida a ganar en el Torneo de diciembre, pero ¡hey! tengo flechas nuevas!
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