domingo, 28 de marzo de 2010

Vidas Ejemplares

No sabría decir si me gusta el género autobiográfico o no, después de todo, no es que haya leído montones y montones de libros de ese tipo. Cuando leo en internet o escucho en las noticias que no sé cantante, o actriz o yo que sé va publicar su autobiiografía siento una bola en el estómago y, casi siempre, se me sale algo así como: "Todos hacen lo mismo, de dónde sacan que nos importan sus vidas huecas?" o "Ahí va otro a engrosar la bola de pretenciosos".
No, no tengo gran opinión de la gente del espectáculo en general (eso, o soy ya no de envidiosa, que tampoco sería una gran sorpresa, la verdad). Pero, si nos vamos por lo lógico, es obvio que alguien famoso escriba su autobiografía, y dado que los famosos son los del mundo del espectáculo (cantantes, actores, modelos y demás) no es extraño que escriban sus vidas. ¿O alguien leería la vida de alguien que No es famoso? ¿Verdad que no? ¿Dónde quedaría eso de la curiosidad chismosa?.
Hace unos días me descargué (desde mi página de siempre) una especie de autobiografía de un profesor. Pero no cualquier profesor, no, sino uno sobre el que, hace unos años, vi una película sobre su desgraciada infancia en Irlanda. En ese momento, la historia (o parte de la historia, porque era evidente que la cosa no podía terminarse con él llegando a EEUU como migrante) me conmovió hasta las lágrimas (como casi cualquier historia triste). No todos los que la pasan tan mal de niños tienen la oportunidad de salir del hueco y saltar a la fama, o por lo menos, a la estabilidad.
Resulta que Frank McCourt, tras muchas andanzas, decidió decicarse a ser profesor de Lengua Inglesa (el equivalente de la materia de Lenguaje-Literatura en mi lado del mundo) de secundaria. El libro (titulado "El Profesor") narra parte de sus experiencias en más de 30 años de dar clases a adolescentes inaguantables, salpicadas por sus dudas, sus miedos, su propia vida; el largo camino de encontrarse cómodo en el aula, el miedo a fallar con algún experimento extraño, el miedo al fracaso, y las pequeñas satisfacciones cuando algo sale bien a pesar de todo.
En BOlivia nos crían con el respeto al maestro, hay un Día del Maestro en que se los festeja en los colegios e incluso un Himno al Maestro (no sé como será eso en los demás países, supongo que algún día lo averiguaré). Pero, lo cierto es que hay muy pocos maestros, profesores o docentes a los que considere realmente buenos (teniendo en cuenta que tuve mucha suerte y casi no me tocaron tiranos despóticos ni nada por el estilo). La gran mayoría se limita a convertirse en lo que el señor McCourt fue en sus primeros años: un capataz de tipo "Habran sus cuadernos, anoten esto que les digo, ahora hagan los mil ejercicios del libro de química/álgebra/física/trigonometría y estarán listos para el día del examen", o "Muy bien, lean todos este libro y cuéntenme todos de qué se trata en el informe que deben presentar para tal fecha", o "Ya que leyeron el libro, hagan un análisis sobre él (pero pobres de ustedes si no ponen exactamente lo que yo creo que significa el libro)".
Supongo que por eso me sentí muy feliz de entrar a la Universidad donde te permiten usar un poco más la imaginación (sólo un poco, pero peor es nada).Supongo también, que me hubiera gustado mucho tener en algún momento un profesor como el señor McCourt (al final, el hombre descubrió el secreto del éxito, por llamarlo de alguna manera) que te hiciera recitar recetas de cocina, poemas infantiles y escribir notas de disculpa falsificadas.
No es que desmerezca el trabajo de los profesores, si yo hubiera tenido que enseñar frente a toda una clase de fetos revoltosos, seguramente hubiera cometido un asesinato (o varios, es lo de menos). Hace falta mucha paciencia (mucha, mucha paciencia) para aguantar las burradas de los adolescentes en clases (lo sé porque he estado ahí, no del lado de los revoltosos, pero ví lo que son capaces de hacer 54 chicas convencidas de que la maestra de Lenguaje es una vieja bruja), nunca se sabe con qué van a salir, aunque, probablemente la indiferencia es lo que más molesta. En esas circunstancias, pedir un poco de imaginación para enseñar es casi un crimen, ya es bastante milagro que el profesor siga al frente de la clase y no en un hospital con una úlcera perforada (por lo bajo).
Por otra parte, a la mayoría de los adolescentes no les gusta pensar o, mejor dicho, no están acostumbrados a pensar. Desde que entras al sistema educativo te enseñan a repetir y repetir lo que el maestro te dice que hagas, sean mil sumas o el análisis morfológico y sintáctico de mil oraciones. Se parte de la idea de que, cuantas más veces repitas lo mismo y lo mismo, más retienes lo que sea que estés repitiendo (ypor eso puedo sé, sin lugar a dudas, que 2 y 2 son 4, 4 y 2 son 6, 6 y 2 son 8 y 8, 16). A la mayoría le gusta que le digan qué deben hacer, hacerlo (o pretender hacerlo, o copiarlo o el equivalente más cercano), obtener una nota por ello y san-se-acabó. Y después se quejan de que los jóvenes tengan tantos problemas cuando llegan a la Universidad.
Los líos de la educación (acá y en la China, porque en todos lados se quejan de lo mismo) te llevan de la culpa de estudiante, a la del maestro, a la del sistema, a la del Gobierno que implementa el sistema, a los chicos que burlan el sistema, a los maestros que no saben aplicar el sistema y así en vueltas sin fin (la espiral del caos, nunca mejor dicho). Un maestro entusiasta, que sepa lo que hace, o mínimamente inspirado, no va a cambiar ni solucionar los problemas, pero, de vez en cuando, es un ejemplo, una inspiración y nos hace saber que, tal vez, no todo es tan terrible como era cuando nos paseábamos por el colegio.

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