martes, 28 de junio de 2011

Cómo odio los imprevitos

Esta mañana escribí en mi Twitter que presentía que el día no sería muy interesante. Digo, todo estaba perfectamente planeado para simplemente suceder y punto. Pero, como siempre, el destino se empeza en arruinarme las predicciones.
Todo iba bien hasta la media tarde en que, de pronto, me llama uno de los chicos del coro con una mala noticia. Resulta que los encargados del salón en que daríamos el concierto de mañana, le avisaron que no se podía el salón para mañana. Vaya uno a saber el motivo (de hecho, aún no lo sé).
Llamadas por acá, mensajes por allá. El alboroto terminó en que el concierto será mañana, sí, pero en un templo de los mormones. A caballo regalado no se le miran los dientes, y no vuelvo a quejarme los mormones y sus cosas raras con el café (que para mí, rayan en la blasfemia).
El salón está bonito, aunque sólo ocuparemos la mitad. Hay que colocar las sillas y demás alborotos. Tengo el presentimento (y esta vez no creo equivocarme) de que terminaré muerta de cansancio mañana. Las cosas que hay que hacer por amor al arte, eh?

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