jueves, 30 de septiembre de 2010

Pura y simple tortura

¿Recuerdan esa época en que estuve tres días sin hablar sólo para hacer descansar mi gargantita antes de la audición del coro? Bueno, pensé que no había nada peor que eso. Siendo como soy, una parlanchina por naturaleza (en cuanto agarre confianza, aclaro. Si no los conozco o es la primera vez que los veo, o no confío en ustedes, no me sacarán más que unos cuantos monosílabos) fue muy cruel no poder hablar, y más considerando que era un silencio autoimpuesto.
Pero ésto...! Ésto es un tipo de tortura más refinada, oh sí. Mi adorado ortodoncista (y no vayan a creer que me cae mal, todo lo contrario, lo que no me gusta es su oficio), decepcionado porque uno de mis dientecitos se niega a moverse de su sitio, decidió que era momento de tomar medidas drásticas. Así que ahora tengo un elástico que va desde mi incisivo superior hasta mi premolar inferior. Lógicamente, no puedo abrir completamente la boca sin sentir un tirón espantoso, y tampoco puedo estar con la boca cerrada sin sentir el tal tirón. Si hablo sale un cacho ahogado, como si tuviera un chicle atorado entre las muelas, y no digamos cantar.
Tal vez podría sobrevivir unos días (no muchos) sin hablar, pero ¿tenerme sin poder cantar a grito pelado? ¿sin poder abrir bien la boca para vocalizar (y hacer mis interpretaciones payasas)? Unos días, tal vez, pero dos semanas¡?
Me volveré loca.

No hay comentarios: